UNA JUSTICIA DURADERA

Quebrantamiento es renunciar a toda esperanza de alcanzar el cielo a través de cualquier medida de bondad personal. Es entregar toda confianza en nuestros propios esfuerzos. Es tornarse completamente a la victoria de la cruz de Cristo, creyendo que él es el único camino. Finalmente, significa confiar que él nos dará el poder, a través de su Espíritu, para llevar a cabo su voluntad en nuestras vidas.
Necesitamos quebrantamiento y humildad para seguir caminando en fe: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu” (Salmos 34:18).
“Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15).
No importa cómo me pueda sentir, Cristo es mi justicia. No importa cuántas dudas puedan surgir, Cristo es mi justicia. No importa cuántas acusaciones escucho del diablo durante el día, me paro firme en esto: ¡Dios me ve como justo en Cristo!
“Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
¿Dónde está ahora el Cordero de Dios? Está en el cielo, sentado en su trono, Rey de Reyes, Señor de Señores, Príncipe de Paz. Un día todas las religiones del mundo doblarán sus rodillas ante Jesús y confesarán que él es el Señor. “Toda rodilla se doblará, toda lengua confesará que él fue, él es, el Cordero eterno de Dios” (ver Filipenses 2:10-11). ¡He aquí, el Cordero de Dios!