SU FUEGO SOBRENATURAL

Isaías clamó: “¡Señor, Tú eres nuestro Padre y nosotros somos Tu pueblo! Revélate a nosotros y tócanos una vez más” (ver Isaías 64:8-9).
Siglos después, el mismo clamor se escuchó entre otro remanente: Los 120 creyentes que se habían reunido en una habitación alquilada en Jerusalén. Era un tiempo muy parecido a los días de Isaías, un período de grandes festejos religiosos, multitudes venían de todo Israel y llenaban el templo. Había gran pompa, y las sinagogas estaban llenas de personas religiosas. Pero esas congregaciones sólo guardaban las apariencias, sólo cumplían con los rituales.
Tú puedes preguntarte: “¿Cómo podía suceder eso? Esta era la generación que se había sentado bajo las fervientes prédicas de Juan el Bautista. Era la generación que contempló a Dios en la carne, Jesús, caminando entre ellos, haciendo milagros”. Pero ellos estaban sin vida, secos, vacíos.
Jesús mismo había llorado por estas personas altamente religiosas. Él clamó: “Vosotros tenéis la apariencia de piedad, y váis haciendo caridades. Pero por dentro estáis muertos”. Ellos no fueron movidos por las señales y milagros que Jesús hizo. No fueron movidos cuando echó fuera demonios, liberando a personas que habían estado oprimidas por años. Y al final, lo rechazaron, dando la espalda a la oferta de la gracia de Dios.
Pero Dios nunca se rindió para con Su pueblo. Jesús profetizó a Sus 120 discípulos: “Voy a hacer llover mi Espíritu sobre toda carne”. Para prepararlos para esto, Él les instruyó: “Vayan a Jerusalén y esperen hasta que Yo venga”.
El mensaje de Cristo para Sus seguidores era esencialmente este: “Cuando estén juntos, caerá fuego sobre todos los presentes, y sus corazones se derretirán. Mi fuego sobrenatural va a remover todas las montañas; en sus vecinos, en el pueblo judío y en todas las naciones. La dureza e incredulidad se disolverán y miles serán salvos en una hora. La simple mención de Mi nombre traerá convicción de pecado y persuadirá a multitudes”.